Noviembre es el mes de
los difuntos. Muchas personas ponemos flores en los cementerios y recordamos a
nuestros seres queridos.
Duelo es la reacción
natural a la pérdida de una relación significativa. La palabra tiene su origen
etimológico en “dolus”, dolor. Como su propio significado indica, es un proceso
doloroso de asimilación de la pérdida; una adaptación activa, que depende de la
persona que lo vive y lo que haga para superarlo.
Jorge Bucay dice que el
duelo “termina cuando se recuerda al ser perdido sin dolor o con poco”. En
realidad, es un proceso de reorganización a unas nuevas circunstancias que
nunca termina. Aún así, cada persona lo afronta de una manera y a un ritmo.
Distintos autores no se ponen de acuerdo en las distintas fases del duelo; lo que sí es útil es tener una idea del
desarrollo aproximado de las manifestaciones de la reacción a la pérdida y su
evolución (puede variar el orden, o momentos que no se experimenten, según la
persona):
Impacto-negación: ante la noticia de la pérdida nos podemos
encontrar ansiosos/as, con angustia, confusos/as. Nuestra vida y su sentido han
cambiado radicalmente y somos incapaces de asimilarlo aún. Un método de defensa
puede ser negar la realidad, diciéndonos cosas como “se han equivocado, aún
vive”, “no puede ser verdad”, sentir que
no nos afecta, etc. No es más que un mecanismo para aliviar el impacto.
Uno de los aspectos que
más ayuda al necesario reconocimiento de la realidad es ver el cuerpo o
participar en el ritual de entierro o despedida. Aunque nos pueda parecer duro
en un primer momento, es el primer paso para darnos cuenta de que la pérdida es
real y comenzar así el proceso de adaptación a las nuevas circunstancias. En
este proceso va a ser especialmente positivo contar con los demás y apoyarnos
en nuestras relaciones cercanas.
Ira: es natural que nos hagamos preguntas como “¿por
qué a mí?”, ¿Qué he hecho mal?, ¿cómo pueden estar los demás felices? Es el rebelarse ante las circunstancias y
buscar explicaciones y sentido; otra forma de dar salida al dolor. Aún no somos
completamente conscientes de la pérdida y es posible que creamos ver u oír a la
persona ausente, o tengamos una esperanza idealizada de que no todo es cierto.
Debemos identificar
nuestros sentimientos, darnos cuenta del dolor y racionalizar nuestros temores.
Por mucho que hayamos perdido, nos olvidamos de que las personas disponemos de
estrategias de afrontamiento (el humor, la positividad, la capacidad de
disfrutar lo que nos gusta, la creatividad, etc.) que nos ayudan siempre a
superar los malos momentos.
Depresión: tras un tiempo no tenemos más remedio que
reconocer la realidad en todos sus aspectos, hasta los más dolorosos. La
negación, la ira, no han servido de nada y entonces llega la tristeza. El
impacto ha sido importante, tu vida cambia, y es lógico que sintamos un vacío
enorme tras la pérdida. Este dolor no conlleva más que el inicio de una
despedida que abre las puertas a una vida diferente a la anterior, porque ya no
contamos con alguien o algo que fue para nosotros/as muy importante. Este
dolor, por tanto, es necesario vivirlo para superarlo; no lo evadas. Se puede
convertir, sino, en malos sentimientos que prolongarán nuestra superación del
duelo. Es posible que nos sintamos culpables por algo en nuestra relación con
el ser perdido o, incluso, por empezar a hacer una vida sin esa persona.
Recuerda que ella querría que fuéramos felices y, como dice la sabiduría
popular “una persona no muere mientras haya alguien que la recuerde”.
En estos momentos es
importante que no tomes decisiones importantes, ni te exijas demasiado. Es
natural no sentirte capaz de enfrentar la rutina tal y como lo hacías. Intenta,
aún sin ganas, disfrutar de tus personas cercanas, pero también de tus momentos
de soledad que te ayudan a reorganizar todo.
Adaptación: Aún con sentimientos de dolor y tristeza
reconocemos que superar la pérdida conlleva un proceso de ruptura con el
vínculo que nos ataba a esa persona, o emancipación emocional. Si nos
mantuviéramos toda la vida unidos/as a alguien ausente, sería estar
permanentemente ligados/as al pasado, los recuerdos y la pena que conlleva no
tener proyectos de futuro o alegrías presentes. Es estar abocados a la nostalgia
para siempre. Recuerda a tu ser querido de manera realista; sus cosas buenas y
sus cosas malas. Quédate con los momentos mejores, para que, cuando le
recuerdes, sea con una sonrisa, como todos/as querríamos.
Debemos volver a confiar
en nosotros/as mismos/as, los demás y nuestro entorno. Tras una pérdida, lo
natural en un primer momento es pensar que todo es negativo. Por eso debemos ir
abriéndonos a los demás, las experiencias, para racionalizar esos temores y
darnos cuenta de que en la vida pueden pasarnos cosas malas pero, si no huimos,
también buenas. No prescindas de ello. Ahora necesitas buscar un nuevo sentido
a tu vida, si el anterior lo perdiste. Plantéate nuevas metas, nuevas
esperanzas; aunque parezcan pequeñas, que sean las que te llenan, las que te
ayudan a ser más feliz, las que tú solo/sola decides. Has sido capaz de
aprender de los golpes, a no sufrir tanto, a sonreír aún en los peores
momentos, a disfrutar de los tuyos y no desaprovechar lo que te gusta. Es el
momento de reforzar un vínculo con alguien que nunca te fallará, la persona que
más te puede ayudar: tú.
Tantos duelos como
personas sufriendo:
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Duelos
evolutivos: adolescencia, emancipación, etc.
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Duelos
afectivos: rupturas, divorcios.
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Duelos
sociales: cambios de status socioeconómico, desempleo, jubilación…
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Duelos
personales: menopausia, pérdida de autonomía, etc.
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Enfermedad
-
Emigración:
traslados, exilios, etc.
-
Pérdida
de sueños, proyectos, ideales…
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Muertes,
desapariciones, guerras, situaciones violentas.
Tareas
para superar el duelo:
- Acepta la realidad: reconoce los hechos. Cuenta la historia para ayudar a reconciliarte con lo negativo de las personas (también tuyo) y del pasado. Quédate sólo con lo positivo, es lo más útil y realista. Participa de la manera más serena posible en los rituales de despedida del vínculo como inicio de una nueva etapa.
- Expresa tus sentimientos: cuenta a los demás tu dolor, llora si tienes ganas, pide perdón por tu ira, si hace falta, pero exprésala. Tu pena es natural y necesita vías de escape; no la tapes o se convertirá en algo que te puede dañar. Apóyate en las personas, fortalecerá tu capacidad de afrontamiento. Eso sí, intenta siempre moderar la intensidad de tu dolor, relájate. Tomarnos las cosas de manera serena ayuda a la aceptación, a sentirnos más fuertes, menos culpables y más optimistas.
- Adáptate a un nuevo ambiente: a partir de la pérdida, las circunstancias van a cambiar. Tras el tiempo necesario de reflexión y aceptación del dolor, debes planear una vida nueva. Intenta que sea la que más te guste, dentro de las circunstancias. Si has perdido tus ilusiones, tus alegrías, debes buscar y cumplir los objetivos que te lleven a otras. Si tus vínculos emocionales se han roto, busca nuevas relaciones a las que vincularte (incluyéndote a ti misma/o).
Modos de afrontar el duelo
(Lazarus y Folkman)
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“NO PUEDO”
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“TENGO QUE SALIR ADELANTE”
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Características
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Todo es una amenaza, se
percibe sin recursos, “débil”. Poco realista: no se cree capaz de afrontar.
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Confía en sí mismo/a,
realista: sabe que es capaz de afrontar.
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Consecuencias
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Aumento y prolongación
del dolor.
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Superación del duelo.
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Recuerda: el duelo es una adaptación activa, que depende de la
persona que lo vive y lo que haga para superarlo.