“Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres que visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino.” Viktor Frankl

.

.

sábado, 30 de junio de 2012

EL MIEDO A HABLAR EN PÚBLICO


Debemos hablar en público y sentimos miedo ante ello. Quedarnos en blanco, hacer el ridículo o que nos salga algo mal son algunos de nuestros temores. Sentimos palpitaciones, los latidos del corazón se nos aceleran, sudamos, la boca se nos seca, temblamos y podemos llegar a marearnos o sentir hormigueos.

Sobre un 25% de las personas tenemos miedo a hablar en público (incluso profesionales con experiencia). Cierto nivel de ansiedad ante ello no es negativo; nos asegura un estado de alerta suficiente para prestar atención y estar motivados/as para hacerlo bien. Las dificultades vienen cuando la situación se complica ante determinados pensamientos y actitudes, distorsiones cognitivas, que sentimos como ciertos a pesar de no corresponder con la realidad y perjudicarnos; por ejemplo:

-          Focalizamos nuestra atención en nosotros/as mismos/as para evaluarnos y asegurarnos un buen rendimiento. El problema es que nos excedemos en esa atención y damos de lado tener en cuenta los datos del entorno que nos ayudan a realizar bien la tarea.
-          Le damos demasiada importancia a la retroalimentación negativa; es decir, exageramos las reacciones negativas de la audiencia o el ambiente. Por ejemplo, si vemos a alguien mirar hacia otro lado, tendemos a pensar que lo que estamos diciendo no es interesante o le aburre, cuando realmente no sabemos por qué actúa así.
-          Recordamos hechos negativos que nos han pasado en situaciones similares, olvidándonos de los positivos.
-          Subestimamos nuestras habilidades sociales y capacidades de exposición.
-          Sobreestimamos la probabilidad de que ocurran hechos negativos, lo que nos hace temer cualquier cosa, predisponiéndonos a un estado exagerado de alerta.

Estos pensamientos, sin ser ciertos, consiguen aumentar nuestro nivel de ansiedad, con lo que perjudica nuestro rendimiento.

El origen de los miedos está en una historia de huidas. Ante un estímulo nuevo, el cuerpo reacciona poniéndose en alerta. Si lo enfrentamos, esa ansiedad poco a poco disminuirá; pero si nos frenamos ante ese temor inicial y huimos, iremos abonando el terreno para crear un miedo o fobia.
Un caso patológico de temor a las relaciones es la fobia social. Se restringen las relaciones sociales por temor a no ser lo suficientemente válido/a o a hacer el ridículo. Creemos que las personas nos evalúan de forma negativa continuamente; hablando en público, dando una opinión, incluso comiendo, con lo que evitamos todas estas situaciones. Esta evitación se va a ir generalizando y cada vez se huirán incapaces de relacionarnos con nadie ni participar en actividades grupales.
Cuando este miedo va deteriorando nuestro día a día, poniéndonos trabas a nuestro desarrollo y autorrealización, debemos pedir ayuda a un profesional que nos guíe a la hora de superarlo.

¿Qué hago para superar mi miedo a hablar en público?
-          Identifica las situaciones concretas que te dan miedo. Si lo piensas bien, no hay nada tan grave como para tener esa ansiedad. Recuerda que, pase lo que pase, seguirás siendo tú al día siguiente.
-          Examina el riesgo real que hay en cada temor que te asalta. Imagina con detalle lo que puede pasar, sus consecuencias, cómo estarías días después o meses después. Te darás cuenta de que una cosa es el miedo, y otra la realidad.
-          Utiliza el sentido del humor. Exagera lo malo que puede ocurrir, pero desde una óptica cómica. Te ayudará a aligerar la tensión y a sentirte mejor. “No hay nada tan serio como el humor”.
-          Por encima de todo, no huyas. Si buscas excusas para no enfrentar la situación, estás creando un miedo mayor, que cada vez se hará más incapacitante.
-          No intentes controlar tu nerviosismo, sólo conseguirás aumentar tu ansiedad y facilitar que pierdas el control. Simplemente haz lo que tienes que hacer y recuerda que cierto nivel de inquietud es necesario y lógico. Hasta los/as profesionales con más experiencia se sienten nerviosos/as al hablar en público.
-          Practica técnicas de respiración o relajación que te ayuden a llegar a la situación de la forma más idónea.
-          La mejor manera de controlar la situación y que todo salga bien es tener muy bien preparado el tema. Asegurarse del buen funcionamiento de la tecnología, si la vas a utilizar. Si tienes la posibilidad, conoce días antes el espacio donde se desarrollará tu charla. No vayas con prisas al lugar o lo prepares en los últimos momentos.
-          Planifica la solución a posibles problemas; lleva una “chuleta” por si te quedas en blanco, dispón de varios medios de presentación por si te falla alguno, etc.
-          Practica en casa tu discurso delante de un espejo. Grábate para ver los fallos e ir mejorándolos.
-          A la hora de la exposición:
o   Mira a la audiencia y fíjate en sus caras y detalles, es un modo de ir conociendo el entorno (recuerda que el miedo se da ante lo desconocido). Fíjate también en la sala.
o   Antes de entrar respira hondo y di en voz baja “todo saldrá bien, y si no, sabré solucionarlo”.
o   Mantén el control postural del cuerpo, te ayudará a concentrarte en lo que tienes que hacer y estar más presentable.
o   En la exposición trata de no usar “coletillas”, esas palabras o expresiones típicas que repetimos cuando estamos nerviosos (“¿no?”, “entonces”, etc.)
o   El humor, una sonrisa, siempre agradan a la audiencia y nos pueden sacar de más de un apuro.
o   El contenido debe ser claro, ordenado, para facilitar la comprensión.
o   Habla despacio y vocaliza. No pasa nada porque haya alguna que otra pausa de reorganización de lo tratado.
o   Utiliza un tono que no sea siempre igual. Enfatiza con la voz lo más importante. No hables ni muy alto, puede dar impresión de excesiva ansiedad,  ni muy bajo que no se te oiga.
o   No te alargues demasiado y sé conciso. Todo se puede decir de una manera breve, amena y que atraiga la atención.
o   Improvisa. Según veas la reacción de la audiencia, puedes ir acortando o ahondando en ciertos temas, según el interés mostrado. Al principio te costará, pero si estás pendiente de las personas que te oyen y no de ti, te será más fácil.
o   Es muy posible que haya algún problema o error. No te preocupes, es algo normal. Sigue adelante y recuerda que se aprende de los fallos.
o   Pase lo que pase has afrontado una situación a la que temías, y has sido capaz de aprender con ello.