Sobre un 25% de las personas tenemos miedo a hablar en público (incluso
profesionales con experiencia). Cierto nivel de ansiedad ante ello no es
negativo; nos asegura un estado de alerta suficiente para prestar atención y
estar motivados/as para hacerlo bien. Las dificultades vienen cuando la
situación se complica ante determinados pensamientos y actitudes, distorsiones
cognitivas, que sentimos como ciertos a pesar de no corresponder con la
realidad y perjudicarnos; por ejemplo:
-
Focalizamos nuestra atención en nosotros/as
mismos/as para evaluarnos y asegurarnos un buen rendimiento. El problema es que
nos excedemos en esa atención y damos de lado tener en cuenta los datos del
entorno que nos ayudan a realizar bien la tarea.
-
Le damos demasiada importancia a la
retroalimentación negativa; es decir, exageramos las reacciones negativas de la
audiencia o el ambiente. Por ejemplo, si vemos a alguien mirar hacia otro lado,
tendemos a pensar que lo que estamos diciendo no es interesante o le aburre,
cuando realmente no sabemos por qué actúa así.
-
Recordamos hechos negativos que nos han pasado
en situaciones similares, olvidándonos de los positivos.
-
Subestimamos nuestras habilidades sociales y
capacidades de exposición.
-
Sobreestimamos la probabilidad de que ocurran
hechos negativos, lo que nos hace temer cualquier cosa, predisponiéndonos a un
estado exagerado de alerta.
Estos pensamientos, sin ser ciertos, consiguen aumentar nuestro nivel de
ansiedad, con lo que perjudica nuestro rendimiento.
El origen de los miedos está
en una historia de huidas. Ante un estímulo nuevo, el cuerpo reacciona
poniéndose en alerta. Si lo enfrentamos, esa ansiedad poco a poco disminuirá;
pero si nos frenamos ante ese temor inicial y huimos, iremos abonando el
terreno para crear un miedo o fobia.
Un caso patológico de temor a las relaciones es la fobia social.
Se restringen las relaciones sociales por temor a no ser lo suficientemente
válido/a o a hacer el ridículo. Creemos que las personas nos evalúan de forma
negativa continuamente; hablando en público, dando una opinión, incluso
comiendo, con lo que evitamos todas estas situaciones. Esta evitación se va a
ir generalizando y cada vez se huirán incapaces de relacionarnos con nadie ni
participar en actividades grupales.
Cuando este miedo va deteriorando nuestro día a día, poniéndonos trabas a
nuestro desarrollo y autorrealización, debemos pedir ayuda a un profesional que
nos guíe a la hora de superarlo.
¿Qué hago para superar mi miedo a
hablar en público?
-
Identifica las situaciones concretas que te dan
miedo. Si lo piensas bien, no hay nada tan grave como para tener esa ansiedad.
Recuerda que, pase lo que pase, seguirás siendo tú al día siguiente.
-
Examina el riesgo real que hay en cada temor que
te asalta. Imagina con detalle lo que puede pasar, sus consecuencias, cómo
estarías días después o meses después. Te darás cuenta de que una cosa es el
miedo, y otra la realidad.
-
Utiliza el sentido del humor. Exagera lo malo
que puede ocurrir, pero desde una óptica cómica. Te ayudará a aligerar la
tensión y a sentirte mejor. “No hay nada tan serio como el humor”.
-
Por encima de todo, no huyas. Si buscas excusas
para no enfrentar la situación, estás creando un miedo mayor, que cada vez se
hará más incapacitante.
-
No intentes controlar tu nerviosismo, sólo
conseguirás aumentar tu ansiedad y facilitar que pierdas el control.
Simplemente haz lo que tienes que hacer y recuerda que cierto nivel de
inquietud es necesario y lógico. Hasta los/as profesionales con más experiencia
se sienten nerviosos/as al hablar en público.
-
Practica técnicas de respiración o relajación
que te ayuden a llegar a la situación de la forma más idónea.
-
La mejor manera de controlar la situación y que
todo salga bien es tener muy bien preparado el tema. Asegurarse del buen
funcionamiento de la tecnología, si la vas a utilizar. Si tienes la
posibilidad, conoce días antes el espacio donde se desarrollará tu charla. No
vayas con prisas al lugar o lo prepares en los últimos momentos.
-
Planifica la solución a posibles problemas;
lleva una “chuleta” por si te quedas en blanco, dispón de varios medios de
presentación por si te falla alguno, etc.
-
Practica en casa tu discurso delante de un
espejo. Grábate para ver los fallos e ir mejorándolos.
-
A la hora de la exposición:
o
Mira a la audiencia y fíjate en sus caras y
detalles, es un modo de ir conociendo el entorno (recuerda que el miedo se da
ante lo desconocido). Fíjate también en la sala.
o
Antes de entrar respira hondo y di en voz baja
“todo saldrá bien, y si no, sabré solucionarlo”.
o
Mantén el control postural del cuerpo, te
ayudará a concentrarte en lo que tienes que hacer y estar más presentable.
o
En la exposición trata de no usar “coletillas”,
esas palabras o expresiones típicas que repetimos cuando estamos nerviosos
(“¿no?”, “entonces”, etc.)
o
El humor, una sonrisa, siempre agradan a la
audiencia y nos pueden sacar de más de un apuro.
o
El contenido debe ser claro, ordenado, para
facilitar la comprensión.
o
Habla despacio y vocaliza. No pasa nada porque
haya alguna que otra pausa de reorganización de lo tratado.
o
Utiliza un tono que no sea siempre igual.
Enfatiza con la voz lo más importante. No hables ni muy alto, puede dar
impresión de excesiva ansiedad, ni muy
bajo que no se te oiga.
o
No te alargues demasiado y sé conciso. Todo se
puede decir de una manera breve, amena y que atraiga la atención.
o
Improvisa. Según veas la reacción de la
audiencia, puedes ir acortando o ahondando en ciertos temas, según el interés
mostrado. Al principio te costará, pero si estás pendiente de las personas que
te oyen y no de ti, te será más fácil.
o
Es muy posible que haya algún problema o error.
No te preocupes, es algo normal. Sigue adelante y recuerda que se aprende de
los fallos.
o
Pase lo que pase has afrontado una situación a
la que temías, y has sido capaz de aprender con ello.